top of page

Textos sobre Christian Villamide:

 

Xosé Antón Castro

Frank González

David Barro

Rosario Sarmiento

Antonio Garrido

Xavier Seoane

Ángeles Alemán

Cármen Chacón

Mª Xosé Santiso

Manuel Vilar

Marta Gerveno

 

ELOGIO DE LA NATURALEZA    X. Antón Castro

(Texto escrito por X. Antón Castro  para el catálogo de Christian Villamide “Mutación” en 2002)

 

 

Como en los viejos tratados o en las exaltaciones del arte en refuerzo de una necesaria subjetividad de raíz romántica, tal como lo proclamara Schelling, la naturaleza puede devenir la única mediación posible entre el hombre y su transcendencia, compromiso con el mundo, con el tiempo que era un instante de plena belleza para el pensador alemán, en una reflexión que veía a aquélla como los últimos años y sus implicaciones nos han permitido asistir a la concreción de un artista fuertemente enraizado en una dimensión ética, teniendo en cuenta, además, la mirada hierofánica que han despertado muchas de las intervenciones en el espacio  público y, en particular, en el paisaje, convertido ya en modificación cultural de la naturaleza. Los modelos de parques escultóricos permanentes o efímeros que pueblan Europa y América dos casos extremos podrían ser la Isla de esculturas de Pontevedra y Grizedade Forest en la Región de los Lagos inglesa y las más conocidas macroexposiciones internacionales, como la Sculpture Projects in Münster, que se celebra cada diez años, son una prueba palpable de ello, como lo es el trabajo individual de muchos de los grandes artistas contemporáneos, cada vez más numerosos, que estiran su posición ética como conciencia crítica de un medioambiente que ha reforzado sus bases tanto desde la utopía de los land, en los años sesenta, como en la mejor tradición inglesa, que persiste con fuerza hasta hoy mismo, de Richard Long a Hamilton Finiay o Hamish Fulton, de David Nash a Andy Goldsworthy, entre otros ejemplos que paradigmatizan el gran arte del último cuarto de siglo y que los estudios constantes de John Beardsley1 o los de Liliana Albertazzi 2 se han encargado de recordarnos.

Lo anterior viene a cuento a propósito del último trabajo de Christian Villamide, un artista que, a menudo que han ido transcurriendo los años, se ha ido implicando en una obra ligada directamente a la naturaleza o a unas condiciones que suponen un refuerzo crítico dirigido hacia las condiciones de aquélla como una centralidad en su filosofía. Mutación es la postrera singladura de un elaborado y reflexivo proyecto que ha ido madurando el artista lucense, residente en Canarias, última conclusión de una década, un hilo conductor que tuvo puntos de inflexión en diferentes series,  secuenciadas como sustancia de una memoria que se ligaba a sus preocupaciones y que él nomencla con diferentes títulos. Evocar tan solo las más recientes desde 1995: en Volcán Vulva – vulva Volcán se podría presentir el paisaje de un espacio simbólico, sometido a la conciencia mítica del tiempo, que en las series siguientes- su personal autobiografía estética, versionada diacrónicamente en relación al mundo y a la vida de sus preocupaciones como Ab initio, Transportables y asépticos, Humedades o La naturaleza del cuerpo han entrañado, con inteligencia, no sólo la actual dilución lingüística del concepto de pintura y su expansión como campo amplio o élergie, en la que se diluyen y funden los diferentes géneros del arte, los procedimientos y los materiales, para romper los límites entre aquélla y la escultura, más allá del muro y del pincel, sino también un espacio de debate en el que la naturaleza, a través de alusiones, comenzaba a adquirir una presencia sugerida. Aunque bien es cierto que la naturaleza de Christian Villamide en esos trabajos desmitifica, en principio, la tradicional visión unívoca de lo primigenio para integrar, al igual que sucedía con los clásicos del arte povera o en la herencia del Beuys más romántico y heteróclico, otros materiales industriales o manufacturados. A este respecto recuerdo que Giovanni Anselmo, me decía en una entrevista que le hacía, hace unos años3, que para él, naturaleza era todo y que para definirla en su amplitud no se podrían excluir los mismísimos productos industriales que emanaban de aquélla. Entre la fragilidad y la dureza, lo permanente y lo efímero, el reconocimiento simbólico de la energía y de los significados que nacen de cada uno de los materiales que Villamide ha ido utilizando para expandir el concepto de pintura a un espacio de comportamiento más real, refuerza esa presumida amplitud de la naturaleza como prolongación metafórica del cuerpo, en la que se ven inmersos los cinco sentidos del ser humano, desde el olfato al gusto, desde la vista hasta el oído o el tacto. Panóptico deconstructivo de un tejido textual, fragmentado y luego recompuesto, que toca igualmente a los sentidos y, por supuesto, al sistema emocional, a los sentimientos desgranando el cuerpo simbólico de los significantes en las diferentes pertinencias de esa prolongación existencial, donde el arte como objeto, ya no sólo cuadro, se implica en la vida, bajo la mirada poética de determinadas circunstancias. Por ello, a veces huye del muro y de su frontalidad o la refuerza con sus materiales y con sus alegorías, a través de relaciones antinómicas: humedades en el bronce, en las raíces o en el cristal, en la cuerda, en el lino o la celulosa, en los materiales orgánicos o en la silicona, en la resina o en el esparto, en los pigmentos o en los pelos de oso, en las piedras o en los óxidos, en el acero, en el pvc o en el policarbonato…Es decir, en un amplio repertorio que hila lo animal, lo mineral y lo vegetal para secuenciar indudablemente los caminos de Beuys pueden ser infinitos si se indagan con inteligencia aspectos de la vida, desde un ritual estético que privilegia el yo para hablar de sueños y vertebrar pensamientos operativos más allá del espacio ficticio, de la obra de arte. Expansión del cuerpo en la que indaga como sinécdoque de una naturaleza que comienza a ser paisaje, naturaleza interferida por los hechos del hombre: no importa que sea un bosque con consecuencias o un paisaje en flor, un museo aséptico o un pequeño jardín con epicentro, según sus palabras, sino la implicación comprometida del hombre con el medio, con el ambiental y con el cultural, con el social y con el de las pequeñas cosas de cada día.

Sin embargo, Mutación supone un paso más y entraña arrancar la savia o la sangre de la naturaleza a fin de entenderla desde su transformación cuando es manipulada y agredida por el hombre. Ahí surge su conciencia crítica, conciencia ética construida con los resortes estéticos que llevan a Villamide a perturbar la tradicional herencia de la pintura y a transgredir sus límites a un espacio de la totalidad en la que el cuadro ya no se vislumbra sólo desde la representación, sino desde la realidad más real, desde el paisaje que pisamos y amamos. Son esos fragmentos de naturaleza que ha acotado siempre el ojo del artista desde Monet plantando nenúfares, para luego pintarlos, los caminos de Long o de Fulton y Goldsworthy para, más tarde, documentarlos en la memoria del papal fotográfico, la denominación de las especies biológicas de Paul Armand Gette sobre la hierba o la construcción real y la posterior representación de los Garden complex de Peter Fischli y David Weiss… . En todos los casos es evidente la necesidad de la naturaleza como carne de refracción estética, un presentimiento que el lúcido pensador Jaime Echarri afirmaba esencial: “necesitamos de la naturaleza no sólo negativamente para no morir, para no dejar de existir, sino positivamente para seguir viviendo”4. Manifiesto nutricio que el artista lucense refuerza con toda la autonomía en su última serie Mutación, con su apelativo circunstancial pero claro: en la Naturaleza de autoprotección, interviene directamente en el paisaje herbáceo y florido o en un marco cómplice de agua y vegetación, y define el espacio de comportamiento que acota acudiendo a la anamorfosis, con ligeras y mínimas piezas de policarbonato o con ágiles estructuras escultóricas de hilo de acero que dejan la huella de su levedad zenista dibujada en el aire. El verdadero acto creativo se ha producido en el espacio real, en el que ejercita un auténtico all-roud como primer espectador del paisaje que ya no es representación sino territorio vivido y transitable, espacio intervenido que captura mediante el acto apropiacionista de la memoria fotográfica a través del plóter y el vinilo. Naturaleza que admite tintes dramáticos en los vestigios que delatan el discurso del tiempo, su tránsito mutacional en la imagen azarosa de los fósiles marinos, piedras y algas, sobre la arena de la playa como el corazón que hace latir a aquélla o sus consecuencias en las tierras craqueladas envueltas en la vegetación otoñal entre la densidad del cielo.

Huyendo del tradicional soporte y en el rictus de la apropiación que alarga una idea de pintura como totalidad del territorio mental, implicando naturaleza y cultura, las posiciones críticas del artista restituyen, en cualquier caso, la continua renovación de lo pictórico desde la simbiosis de géneros o materiales con la carga poética del lenguaje diluido: lo escultórico vuelve al muro con idénticos resortes éticos, desde la madera y los gestos filamentosos de lo que llama Islas transportables y asépticas o Naturalezas manufacturadas hasta la simple representación bidimensional de una simple fotografía que previamente ha focalizado el valor transformador del verde paisaje. Sin embargo el paisaje, como naturaleza real, deviene testimonio, de la relación de su transformación, un grito para recuperar la armonía de la vida en la idea plural de una ética ecológica, en consonancia con las nuevas preocupaciones internacionales. Sutherland Lyall, especialista en este medio, explica este nuevo paisajismo vivido de una estética de la naturaleza desde un concepto más divergente que convergente, más polivalente que acomodado a un conjunto de valores artísticos reconocidos por todos, porque el tema en torno al que gira se concentra, por encima de otros parámetros que incluyen el orden visual, en el contexto y en el significado5. De ahí la importancia del metalenguaje de la naturaleza, compuesto tantas veces por diferentes comentarios sobre el papel del arte en el ámbito público, un arma que compromete al artista con el medio en aras de reivindicar un mundo mejor, cuya necesidad hemos visto expuesta en los últimos años en un renovado ecologismo estético: es evidente que sólo la consciencia indiscutible de un deterioro acelerado de la naturaleza, sostienen algunos críticos6, en muchas ocasiones sin retorno, ha podido desencadenar una respuesta tan radical, tan necesitada de hacerse escuchar a tiempo, como este tipo de ecologismo.

Creo sinceramente que esos valores están expuestos implícitamente unas veces y explícitamente otras en el trabajo de Christian Villamide quien, además, cuestiona los usos habituales de la pintura, a fin de instalarla en un lugar desdifinido, un topos aluvional que diluye su definición para asirse a una marcada conciencia de landscape global, si se quiere el mismo que Marta Schwartz, una de las grandes tratadistas de aquél, intuye como una imagen cultural y una vía pictórica de representar, estructurar o simbolizar7, pero también de implicarse con la vida desde la singularidad de lo biodiverso. Y salvar la biodiversidad es salvar decía Edgar Morin la diversidad cultural.

 

X. ANTÓN CASTRO

Catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Vigo

 

 

 

1 Véase especialmente: A Landscape For Modern Sculpture. Store King Arrt Center. Abbeville Press (1985) y Earthworks and Beyond. Contemporary Art in the Landscape. New York Abbeville Press (1984, 1988).

2 Différents Naturales. Visions de lárt contemporoin. Lindau. Paris, 1993.

3 Lápiz, núm. 113. Madrid, 1995.

4 Filosofía fenomética de la naturaleza. Vol. 1: Naturaleza y fenómeno. Universidad de Deusto. Bilbao, 1990, pág.16.

5 Landscape. Diseño del espacio público. Parques. Plazas. Jardines. Edit. G. Gili. Barcelona, 1991, pág.24.

6 ALBELDA, J. y SABORIT, J., La construcción de la naturaleza. Colec. Arte, estética y pensamiento. Generalitat Valenciana. Valencia, 1997, pág. 125.

7 Transfiguratión of the commonplace. Edit. Heidi Landecker. WD. C. Cambridge. M.A., 1997, pág. 6.

 

 

 

 

 

 

 

DE SOMBRAS Y MUTACIONES. Franck González.

 Texto realizado para el catálogo “Mutación” de Christian Villamide

 

 

“La sombra se despierta y se muestra tan contenta de estar de nuevo con él como él

De haberla recuperado.

Peter y su sombra se ponen a bailar…” 1

 

Algo ha llovido desde que Barrie desgajara al sujeto de su sombra en las primeras páginas de una breve obra de teatro que habría de conformarse en uno de los iconos de la cultura contemporánea. El discurso de su protagonista -al igual que el de la Alicia de Carroll- pone permanentemente en cuestión un modelo cultural  -la cultura victoriana- denunciando como caduco por sus autores. Discursos que eligen para su puesta en escena angostos y extraños parajes, misteriosos y lejanos bosques y selvas. Anillos salvajes de vegetación en donde reubicar el drama de la miseria y de la orfandad -los niños perdidos- la perversión literaria del mito, encarnada en una agresiva campanilla, o una corrosiva sátira política encarnada por el siempre esquivo y republicano Gato de Cheshire. El despertar de la sombra de Peter Pan a la vida en las primeras páginas de esta breve obra de teatro va pues más allá de un mero apunte acerca de la confusa identidad del niño que no quería crecer o de la crítica hacía un determinado modelo cultural.

 

La cultura, al fin, en cuanto modelos, esencialmente, un problema para administradores de herencias. Una permanente puesta en valor de lecturas e interpretaciones que históricamente se han sucedido a partir  de autores, ciudades y patrones lingüísticos y/o nacionales. Modelo que adquiere a partir de Auschwitz la dinámica mercantil de las grandes industrias culturales con sus propios canales de distribución, comunicación y validación. Se suceden así los discursos como estractos para una retórica arqueologizante. Retórica que ha sepultado cualquier resto ideológico real – esto es, vinculante- propio de la modernidad desde Friedrich a la Bauhaus, en aras de un mercado globalizado que necesita cada nueva temporada nuevos productos y nuevos valores. Sin embargo, despreciar o renunciar a los propios principios del fenómeno cultural no presupone su desaparición. Tal y como Danto ya apuntara, los procesos culturales conllevan un componente esencialmente perverso: “reaccionamos a cosas ante las cuales creemos que no deberíamos, y somos incapaces de hacerlo ante cosas a las que deberíamos reaccionar; hay cierta debilidad estética igual que hay una debilidad moral (como hay, por otra parte, cierta anarquía emocional)”2 Una debilidad, la estética y la moral que ha servido de coartada para un proceso desideologizador que ha marcado una parte significativa del discurso dominante en Museos y Centros de Arte – es decir, en los principales canales de distribución del mainstream- a lo largo de los años ochenta y noventa. Una debilidad esencialmente puesta al servicio del mercado. Pero aún bajo la estricta mirada de éste, cualquier producto cultural, en tanto sujeto perverso de reflexión plantea- de acuerdo con Karel Kosik – una nueva dualidad. De un lado es expresión de la realidad. Pero, al tiempo, conforma la realidad que existe en la propia obra. Cuando la obra sobrevive a su tiempo esto es, cuando se convierte en un referente cultural, como los textos de Barrie y de Carroll es porque adquieren la categoría de sujetos por sí mismos. Una categoría que surge de su capacidad para generar una exégesis, una interpretación. Y es la sucesión de éstas la que confiere, al fin, al modelo su propia validación. Y es a partir de estos dos conceptos clave – exégesis y validación -desde los que debe abordarse la última producción de Christian Villamide (Lugo, 1966). Al Amparo del título Mutaciones – Naturaleza con autoprotección, Villamide promueve una serie de propuestas que se extienden sobre el terreno. Intervenciones en prados y riberas de vegetación concisa, meditada, en la que se insertan pinzas de policarbonato translúcido. O varillas de acero que se alongan perversamente al río, queriéndose confundir con la flora palustre, Donde a cada elemento vegetal, natural, le corresponde un producto industrial, seriado. Intervenciones que tratan de promover una nueva lectura sobre los viejos conceptos modernos del paisaje o los más recientes del territorio. De la intervención en la naturaleza y de los discursos de la tierra. En las Mutaciones de Villamide lo seriado se solapa con lo orgánico, disponiéndolo, ordenándolo. Haciendo de lo industrial una perversa sombra de lo natural. Una sombra dotada de vida propia que altera, profundamente, el discurso del terreno que parcela. Una profunda reflexión inmobiliaria que convierte la naturaleza en solar y en polígono industrial. Sombras, así, casi como prólogos. Como precedentes de un lugar de encuentro y de resistencia. Un reverso tal vez de una personalidad sin mañana que Barrie sitúa entre gavetas y altillos y Villamide en prados extrañamente silenciosos. Reverso que parcela  la mirada en fragmentos de un nuevo discurso, tal y como Joao Cabral de Melo evoca en su Ríos sin discurso:

 

Quando um rio corta, corta-se de vez

o discurso-rio de agua que ele fazia;

cortado, a agua se quebra em pedaços,

em poços de agua, am agua paralítica.

em situaçao de poço, a agua equivale

a uma palabra em situaçao dicionária:

isolada, estanque no poço dela mesma,

e porque assim estanque, estancada;

e mais: porque assim estancada, muda,

e muda porque com nenhuma comunica,

porque cortou-se a sintaxe desse rio,

o fio de agua por que ele discorria.

O curso de um rio, seu discursu-rio,

chega raramente a se reatar de vez;

un rio precisa de muitofio de agua

para refacer o fio antigo que o fez.

Salvo a grandiloqüencia de una cheia

Ihe impondo interina outra linguagem,

um rio precisa de muita agua em fios

para que todos os poços se enfrasem:

se reatando, de um para outro poço,

em frases curtas, entao e frase,

até a sentença-rio do discurso único

em que se tem voz a seca ele combate.3

 

 

Pero más allá fragmentos, sombras y espacios para la reflexión. La sombra como imagen de lo vano, de lo temporal, que traslada al espacio expositivo, al interior del cubo blanco. Son  sus Mutaciones –Islas transportables y asépticas-. Piezas de madera, de pared, con varillas de acero y sus Transportables y asépticos, Instalaciones de varillas de acero en el espacio de la Sala. De este modo Villamide sitúa su trabajo en el vértice de una mirada doble. El del relato, el del territorio colonizado por los policarbonatos. Pero también el de las mutaciones que se erigen desde el núcleo mismo del modelo cultural. Que irradia desde la sala como patrón y modelo de comportamientos. Un espacio presuntamente neutro que queda marcado por nuevas sombras, producto ahora de la aséptica iluminación de la sala. Sombras nuevamente perfiladas, concisas, ajustadas a una economía de la sintaxis que caracteriza su trabajo. Islas transportables como unidades de significado, como nuevas cabezas de puente en un proceso colonizador irrenunciable que Villamide pone en cuestión una y otra vez. En este sentido, el empleo del soporte fotográfico como testigo, como marca referencial en la sala. Pero también como ventana desde la que llega la luz que acota la sombra del acero en la pared. En una búsqueda permanente de una sombra sobre la que asentar la materialidad de la obra. Mutaciones, en tanto que fragmentos de un proceso que ha de ser recorrido, encauza una nueva mirada sobre viejos topos. Una línea argumental sobre los procesos, los modelos y las críticas de la representación. Mutaciones, al fin, como espacios para la reflexión, para la sombra.

 

FRANCK GONZÁLEZ Director del C.A.A.M. Centro Atlántico de Arte Moderno. Las Palmas de Gran Canaria

 

 

 

1 BARRIE, James, Peter Pan, Siruela, Madrid, 1999. P.53

2 DANTO, Arthur C., La transfiguración del lugar común. Una filosofía del arte, Paidós,   Barcelona, 2002.

3 Ríos sin discurso.

Cuando un rio se corta, se corta del todo / el discurso-rio de agua que hacía; / cortado, el agua se rompe en pedazos, I en pozos de agua, en agua paralítica, / En situación de pozo, el agua equivale / a una palabra en situación diccionaria: / aislada, estanque en el pozo de ella misma, / y porque así estanque, estancada, / Y más: porque así estancada, muda, / y muda porque con ninguna comunica, / porque se cortó la sintaxis de ese rio, / el curso de agua por la que discurría.

El curso de un río, su discurso-río. / raramente llega a reanudarse del todo; / un río precisa de mucho curso de agua / para hacer el curso antiguo que fue. /Salvo la grandilocuencia de una crecida / imponiéndole interinamente otro lenguaje, un río precisa de mucho agua en cursos / para que todos los pozos se enfrasen: / reanudando, de uno para con otro pozo, en frase cortas, entonces frase y frase, / hasta una sentencia-río de discurso único / en el que si tiene voz resistirá la sequía.

CABRAL DE MELO NETO, Joao, Selected Poetry, 1937-1990, Wesleyan University Press, Universty Press of New England, 1994. P. 140.

Versión libre del autor a partir del texto en portugués.

 

 

 

 

 

 

 

POESÍA, MÚSICA Y OTROS APUNTES.

A PROPÓSITO DE LA OBRA DE

CHRISTIAN VILLAMIDE

  David Barro

 

Texto realizado para el catálogo “La naturaleza del cuerpo” de Christian Villamide

 

 

Christian villamide, como un poeta, interioriza informaciones, las incorpora a su conciencia para tornarlas sentimiento. Y es que todo valor estético es sensible antes que inteligible, como en poesía, ya que en ambos, como bien indica Antonio Gamoneda, lo local es lo sensible y lo que se pretende universal, lo informado, se convierte en secundario, accesorio o, como máximo, complementario. La actitud de Christian Villamide fluye paralelamente a estos cauces, demanda un ejercicio activo, diría que adivinatorio, porque debajo de esa leve naturaleza que esbozan sus obras se esconden intencionados pensamientos que se manifiestan relajados, lejanos de artificiosidades exclamativas que puedan disolver el silencioso sonido que regalan.

La mirada de Christian, ya sea pictórica o escultórica, se advierte intensa, que no exaltada; intensa en el sentido de búsqueda continua y, por lo tanto, imprevisible, porque sólo cuando se espera se llega a lo inesperado. Sus encuadres son espacios naturales, espacios que son sensaciones, ilusiones veladas que dificultan la visión favoreciendo el pensamiento, Éstas obligan a intuir, difuminan hasta transformar en denso lo imperceptible, amplificando lo sensitivo para hacer de la percepción más un camino hacia la emoción que hacia la razón.

En sus paisajes interiores de papel vegetal, el papel deja de ser un mero material estrictamente utilitario para acercarse a la textura de los hoshos japoneses donde los rayos de luz son absorbidos de manera blanda, similar a la superficie aterciopelada de la primera nieve. Quizás debiéramos rescatar a Valente cuando, a propósito de Tápies, aseveraba que su arte tiene la textura de la meditación. El resultado es suave, frágil, desnudo, fluido, natural, blanco, sí, sobre todo, blanco. Esa enfática simplicidad física del blanco obliga a mostrarse más sutil y medido, quizás con la intención de comunicar al espectador a la manera de Ryman, comunicar como éste “una experiencia de iluminación. Una experiencia de deleite, de bienestar y justeza. Es como escuchar música. Como ir a la ópera y salir sintiéndose de algún modo colmado”.

Hablamos de sentimiento pero no de sentimentalismo, Christian no imita ni recrea, simplemente exterioriza lo previamente interiorizado. Cuando piensa la naturaleza, la aborda desde una superación de los presupuestos románticos, ingenia sus propios códigos jeroglíficos, el objeto es reemplazado por el signo y al mismo tiempo es representado por éste. Así captura la naturaleza, o mejor, la embosca, la muestra ocultándola. Empapar de misterio parece ser su máxima. Dame Humedad, nos grita en 1995; cuando sueña, sus propias lágrimas las que lo dibujan; cuando oxida- recuperando la poesía de Jesús Otero- es tu humedad; cuando se refiere Ab initio nos recuerda que no hay nada más universal que el diluvio. Podríamos aplicar aquí la idea del pensador francés Michel Serres de la historia de la ciencia está sometida a la turbulencia, es decir, está sujeta a conexiones aleatorias de todo tipo entre diversas áreas. La ciencia avanza a partir de lo imprevisible e inesperado, en ese sentido, Christian, como Serres, desafía al buen sentido y a la rígida ordenación convencional para proponer el desorden de la poesía. Turbulencia, como torbellino, tomados como pre-ordenación de las cosas, como orden y desorden al mismo tiempo. Las gotas de agua caen sobre las piedras, el reflujo rodea este obstáculo, este bloque, lo más impenetrable para el agua, pero a la larga, lo atraviesa. Son acumulaciones cotidianas que condensan y dan sentido a la obra de Christian Villamide.

Estamos, sin duda, ante un pequeño universo de sutiles fusiones que desdibujan la realidad para escarbar en la exégesis de lo poético. Un universo de descubrimientos, de lecturas diferentes, de ruidos que enriquecen, obras que demandan cuidado y atención pero que no empujan ni inquietan en ese descubrir. Esas funciones o contaminaciones fueron descritas por Manuel Vilar cuando advierte que Christian “procura descomponer la representación en dos niveles o módulos, en los que el protagonismo tiene ese rugoso fondo blanco sobre el que se incorporan objetos,  restos, residuos, procedentes del mundo industrial: grifos, trozos de tuberías de cobre, queriendo darle a estos objetos que implanta en el cuadro un carácter sígmico, es decir, un sentido socialmente codificado”. Estas acumulaciones disimuladas lo acercan al pensamiento de un pionero del reciclaje como Kurt Schwitters, que aseveraba que todos los objetos son materiales artísticos potenciales y que la función del artista simplemente en mantener un equilibrio estético entre materiales contrapuestos y un equilibrio armónico en la composición.

Christian Villamide, salvando las evidentes distancias temporales e intencionales, atribuye también a cualquier objeto un nuevo significado a través de su obra; una obra llena de palabras, de matices, un archivo de mentes, inmensa, plena, aséptica como un museo como un paisaje. Sueños, cielo, silencios, lágrimas, poemas,…   fragilidades de nuestra contemporaneidad, aunque no quieras.

                    David Barro

 

 

 

 

 

 

 

CHRISTIAN VILLAMIDE: PARCELAS DE REALIDAD.   Ángeles Alemán

Texto realizado para el catálogo “Mutación” de Christian Villamide

 

 

“The earth is the origin of life, a metaphysical event

Like no other, to wich man, even modern man,

Owes his origin and continuous existence”.

Sylvain De Bleeckere 1

 

La obra de Christian Villamide surge y evoluciona desde distintas miradas a la tierra, a la naturaleza, y como parte de ella, al cuerpo humano. Desde sus misteriosas plantas escultóricas que surgen de entre la hierba frondosa junto al río-las tituladas genéricamente “transportables y asépticas” – arrancadas de sus orígenes celtas y transformadas a otro lugar más al sur en el Atlántico, hasta la “mirada del cuerpo” donde el  vello al trasluz evoca un trigal en el anochecer, la obra de Villamide se detiene y recrea en parcelas de la realidad que no suelen ser vistas.

 

Los imaginarios lugares que así crea, dando pie a un viejo sueño, el de trasladar un pequeño fragmento de la naturaleza, sus jardines y sus islas “transportables y asépticas”, son un nuevo paso en la poética arte-naturaleza.

 

Los conceptos de “aséptica” y “transformable”, en apariencia ajenos a lo natural y a la tierra, reflejan un proceso largo y reflexivo en el que el artista ha ido desarrollado una poética muy especial, encontrando un lugar que se encuentra en el difícil1 equilibrio entre lo interior, entre la obra de arte y la experiencia natural.

 

Su mirada es introspectiva, íntima, sin exteriorizar de manera clara la evidencia de su punto de referencia y de inflexión permanente que es la naturaleza. En ningún momento Christian Villamide aprovecha o utiliza un lenguaje de lo fácil o de lo abrupto, ni su referencia a lo natural, el paisaje humano o vegetal, se hace de manera tan evidente que roce lo tópico.

 

Encuentra y aúna signos diversos, logrando en su producción una poética que debe tanto a lo conceptual de la poesía articulada como obra plástica como sería el caso de un Joan Brossa como a los experimentos del  Land Art. Sus “efluvios” pintados no tienen que ver tanto con las espirales del Salt Lake como a las A de Brossa. Y sin embargo, la referencia al paisaje es clara, diáfana, con un esencial tipo de simetría entre lo relatado y lo perceptible.

 

La manera de trabajar los materiales y sus texturas y aún más, la ausencia de color reflejada en el blanco casi omnipresente, obligan al espectador a mirar detenidamente, a reflexionar y recrearse en todo lo que de sutil tiene su obra. Son texturas, refinadas sobre superficies de diversa índole, son las de un esteta, las de un purista; pero no duda en hacer un corazón de virutas de madera, o en utilizar nidos de estropajo para empollar sueños diversos.

 

Sin embargo no es sólo la naturaleza, entendida como tal, lo que sugiere en su obra. El “museo aséptico”, ese recuento extraordinario de las nadas cotidianas transformadas en obra de arte, o el delirio transparente del “archivo nuclear”, hablan de un artista cuyas fuentes de inspiración y de reflexión son amplias y ambiguas.

 

Las referencias espaciales y climáticas son constantes en su obra. Desde las inclemencias del tiempo: lluvias, nubes, claros reflexionadas y reflejadas en su obra, hasta los mundos abiertos de sus islas transportables, Christian Villamide nos conduce a un paisaje interior lleno de resonancias. Lo espacial no se circunscribe, pues, a lo puramente medible o mesurable, sino a esta capacidad de observación y de discernimiento del espacio íntimo que este artista nos propone en cada una de sus obras.

 

Sin embargo, cuesta trabajo creer que antes no haya existido una larga experimentación con la naturaleza, o que no se haya ejercitado esta mirada tan atenta ante los infinitos matices del blanco en otros colores, en multitud de gradaciones.

 

De ello son prueba, entre otros resquicios que nos permite observar el  artista, las fotografías de estas esculturas aéreas, “transportables y asépticas”,  que surgen entre las plantas, o de esos protectores elementos de vinilo que nacen junto a la hierba.

 

 

El exquisito cuidado con el que trata y plantea cada una de sus piezas es el mejor argumento para entender la delicadeza de un artista que renuncia voluntariamente a los excesos. La depuración de su experiencia, la transparencia que ofrece en sus obras, son una suerte de camino oculto, a medias desvelado, para deambular por el misterio.

 

Cuando se traslada al papel, y aquí es el papel en toda su plenitud, en la riqueza de sus texturas, lo hace para recrear un “paisaje aséptico”. El título podría llamar a engaño y hacernos pensar en una versión fría y desangelada de nuestra mirada sobre el mundo. Pero no, es la mirada de un ser introvertido, más cercano a este “paisaje aséptico” a su personal paisaje interior que en sus otras versiones de paisajes, islas o jardines asépticos y transformables.

 

Cuando traslada este mundo a lo “interior”, es decir, a los museables, a lo recontable, hace su museo de lo animal y vegetal. Y lo hace también aséptico. Pero en este caso no nos extraña. Es simplemente el transporte de algo, de un resquicio de la vida vegetal o animal, que conduce a nuestro encuentro.

 

En cada obra Christian Villamide enseña parte de su alma, de su capacidad creadora y sin embargo no es un artista de evidencias, sino de sugerencias. En este sentido entronca con la tradición más poética del arte, con las facetas más sosegadas de los artistas que, desde hace siglos, prefieren mostrar la imagen a través del espejo de la reflexión que en una mirada directa a través de sus ojos.

 

 

El reclama un equilibrio, el de ser y percibir, el de ser uno en el mundo y transitarlo. En este sentido no se aleja mucho de los románticos como Gaspar David Friedrich, o como Turner. Su percepción del mundo es sensible y dúctil, pero no por ello deja de tener un componente claro de modernidad, de coetaneidad, en la manera de cuidarlo. Una sensibilidad mostrada a la hora de escoger un fragmento del paisaje por el que apenas detenemos nuestra mirada, la hierba que crece bajo nuestros pies y que a veces pisamos sin darnos cuenta, o el nido oculto en la rama del árbol, o las virutas de madera que cubren el suelo del taller del carpintero. Su sensibilidad está también en la manera de hacer que entremos en una nueva dimensión al acercarnos a una de estas obras que misteriosamente surgen de las esquinas de la pared, o que crecen sin crecer entre la hierba.

 

La tecnología es su aliada en esta búsqueda. Parece una paradoja, pues estamos habituados a entender la vida natural como la antítesis de la técnica. Estamos habituados también a crecer que sólo la mirada directa nos puede descubrir un paisaje y su belleza, o al menos su amplitud. Su obra reconduce esta idea, y trata más de la evocación por la mirada y por el tacto, como sucede en estos fragmentos de blancura casi absoluta que enfrentamos a nuestro recuerdo, que a nuestro conocimiento previo de lo que es un paisaje.

 

No hay límites el PVC convive con los huesos, las virutas de madera lo hacen con el barniz, los aguafuertes con el metacrilato y sin embargo es una obra equilibrada, cerrada, sin fisuras en lo que se refiere a su opción estética. Incluso el color rojo. Que aparece casi como único componente de color y muy raras veces, está determinada por variantes que no lo convierten en un canto al color, sino en estudio del no color al igual que sucede con las gamas y matices de las tierras y de las plantas secas, de los metales que algunas veces utiliza.

 

Es en su manera de acercarse a la obra de arte, renunciando a lo evidente y haciendo acopio de otros materiales y otras claves, lo que hace que esta obra sea particularmente rica y hermosa. Es esta nueva mirada fragmentaria la que seduce y hace reflexionar, la que encontramos continuamente si sabemos mirar en los resquicios de la vida cotidiana. Y es esta otra de sus cualidades: la de atrapar los resquicios,  la de detener la mirada en esos lugares bellos o no bellos, pero desconocidos, que se abren ante nosotros como una revelación.

 

ÁNGELES ALEMÁN  Profesora de Historia de Arte de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria

 

1 Citado por Jan Hoet, en “An Introduction”, cat. De la IX Documenta, Kassel, 1992

 

 

 

 

CHRISTIAN VILLAMIDE: “DE CORAZONES”

Marta Gerveno

Texto escrito por Marta Gerveno, para el catalogo de obra actual de artistas lucenses en el museo de Lugo

 

 

A veces necesitamos y sufrimos muchas explicaciones a la hora de comprender algunas propuestas  del arte contemporáneo. Hay creaciones que no pueden vivir al margen de un dossier alimentado de teorías, propuestas, ambiciones, reinos declarados que vuelcan en la intención de la mano que compone y de la morada que ordena todo el peso desaparecido en la realidad de las obras, en la punzada literal de los observados.

No es ese el impulso original del arte, y nada tienen que ver los pregones publicitarios con el poder de convicción íntima que alienta a la poesía. Palabras e imágenes trabajan de un modo diferente al convertir su provocación en su única evidencia. El vigor de una verdad personal impone sus leyes y sus razones. Quiero decir que los sentimientos místicos de San Juan de la Cruz, transformados en verso desnudo y punzante, llegan a conmover los pliegues secretos de una conciencia descreída, la sensibilidad de un lector atrapado que no asocia la religión a sus preocupaciones. La autonomía de su intensidad basta para justificar el hecho cierto de cada silaba, la esperanza de una unión que ocurre, más allá de las creencias, en la fuerza del poema.

He pensado en esta autoridad de la belleza y el sentido al contemplar el deslumbrante mundo artístico de Christian Villamide. Sus obras tienen la autoridad del arte, dicen el reglamento de su propia constitución, defienden su verdad con el sentido autónomo que alcanzan sus formas.

Piezas como “De corazones” escogen el árbol que no oculta los limites infinitos del bosque, merodean por las cicatrices sucesivas de los años que se extienden de forma en forma, de anillo en anillo, palabras sobre. Son espacios que nos descubren el colorido interior de las respiraciones, secretos descubiertos en una mirada que no necesita negar el detalle para concebir la totalidad, porque dentro del árbol único se encuentra la extensión de los bosques. La armonía no es un pulso monótono, previsible, prefigurado, como el curso del tiempo en la esfera de un reloj, sino un azar vivo y emergente en el que las cosas pequeñas encuentran su sentido, y dialogan, y se miran a los ojos comprendiendo su hermandad, en un mundo de agua y piedra, de vegetal y hierro, de madera y viento. La armonía nace en el ojo del ser humano o del artista que organiza este diálogo para estructurar un sentido, para descubrirse a sí mismo en el paseo por el bosque, un bosque inventado a partir de la realidad de todos los bosques, con sus árboles centenarios y sus tormentas, con sus vidas incipientes y sus clausuras, en el ciclo de esa vida inventada a partir de todas las vidas.

Si, el arte es un proceso simbólico que elabora la belleza y la transforma en un modo de conocimiento. Por eso, aunque no compartamos la filosofía del artista, al dejarnos seducir por sus obras, al hundirnos en la tensión que establecen sus materiales y sus sentimientos, acabamos por interiorizar el mundo que nos propone. Así matizamos y enriquecemos nuestro propio mundo a través de una geografía que no es didáctica, pero ofrece una lección. Para el artista, el arte verdadero es un suceso, un acontecimiento, no un espectáculo liviano, porque consigue fundir mundos diferentes para crear una tercera realidad, un espacio compartido que ya no es simplemente la suma de las verdades anteriores. Nos lleva a lugares que no conocemos, y salimos de ellos con una mirada distinta, e incluso con el deseo de haber  dejado allí el rastro leve de nuestro paso. La unión de la tierra y el agua es algo más que una suma de tierra y el agua, porque el humedal impone sus leyes y sus secretos. El artista y el lector crean mundos nuevos, microclimas, atmósferas, corrientes, vidas y muertes, en la pulsión enérgica de su conocimiento. Para seguir las huellas de Christian Villamide hay que entender que en los pasos de un caminante pueden bordarse las inabarcables imaginaciones de los atlas. La fragmentación, dispuesta, organizada, sorprendida en su propio azar, revela una melancolía de existencias compartidas, una nostalgia de la totalidad. La naturaleza y el arte recuperan al mismo tiempo su autoridad por obra de la mano artesana que elige y rima, y crea el tiempo de acuerdo con los ciclos del sol y con el cronómetro de las lentas obsesiones de la primera persona del singular, convirtiendo la ficción estética en una imaginación jerarquizada.

En la literatura medieval cada objeto era una signatura destinada a aludir, a insinuar la verdad secreta que él mismo escondía bajo una corteza de engaños y distracciones. La sabiduría organicista quiso jerarquizar las palabras en frases, las frases en libros y los libros en bibliotecas, argumentando que las cosas vinculadas a una verdad única no sólo tienen valor en su aislamiento, sino que pertenecen también al lugar que ocupan en un orden superior. Una palabra está perdida al margen de su frase, un libro se siente desnudo fuera de su biblioteca, un corazón vale poco separado del cuerpo. La naturaleza es cualquier cosa menos conservación. Algunos pueden ver en ella

 

el territorio sagrado de la verdad; otros, la dignidad exigente del vacío.

Son obras de arte que se justifican por sí mismas, como resultado de un diálogo con la materia. Pero el arte es un proceso de simbolización que nos comunica o nos contagia una mirada sobre el mundo, y la mirada de Christian Villamide descubre las humillaciones del ser humano y de la naturaleza, nos propone una relación distinta con la naturaleza, una nueva versión de la sublimidad, un sentimiento cosmológico que alcance al individuo, y que le invite a definir otra vez su dignidad escindida. Lección oportuna, lección de los bosques que conviene a las ciudades y a los ciudadanos.

                                                                                                                                                           Marta Gerveno

 

 

 

 

 

 

 

 

Showroom.

Antonio Garrido

 

Texto realizado para el catálogo “Showroom” de Christian Villamide

 

 

Hace un año Christian Villamide presentaba en la Galería Pardo Bazán la exposición “Coexistencias”, un conjunto de obras en clave paisajística articulada en torno al espacio natural y su relación con el individuo. Un relato que parte de una reflexión del encuentro-fractura que se produce entre el hombre y el entorno. Christian extraía, en esa, ocasión la poética de sus emociones contempladas desde la conexión entre el territorio y el espacio con dimensiones expresivas muy sensibles de la materia. Obras como “Prefabricados arqueológicos”, exhibían la dureza de nuestra política transformadora en cuatro pesadas losas de hormigón sobre las que se graban las siluetas de unas ramas vegetales sin hojas. Unas líneas que alude a la arqueología de una vida pasada, fosilizada por voluntad del artista en un material artificial transformado y fabricado con arena y cemento. “Coexistencias” suponía un alegato, un aviso, hacia una transformación que se orienta hacia un “no lugar”, un lugar sin retorno. Un proyecto que a través de diferentes soportes –escultura, fotografía, dibujo e instalaciones– aprovechaba los elementos físicos de la luz, sombras, equilibrio de espacios y otros efectos ambientales para crear un clímax frío y elegante.

En “Showroom”, Christian Villamide nos sitúa en un espacio más próximo, más doméstico, más cotidiano. La acción de cocinar, se convierte en una reflexión que ahonda y extrapola a temas trascendentes. La acción de la mezcla de los ingredientes de una receta con una batidora manual de varillas, sirve para crear evocaciones relacionadas con aquellas fuerzas capaces de hacer posible y comprensible la existencia del universo.

Una inquietud que se convierte en imagen a través de las obras en papel que dan nombre a la exposición “Showroom”. Imágenes bicromáticas (en rojo y negro) de intenso dinamismo orgánico que muestran fragmentos de los movimientos que se pudieran producir entre un artilugio cotidiano (batidora manual) y la materia. Unas seductoras imágenes que, según las palabras del artista, representan “la fuerza de la creación manifestada en la batidora como instrumento ejecutor de la fuerza constructiva y reconstructiva de toda la actividad nuestra la de nuestro entorno. Generación y regeneración”. Un planteamiento bidimensional pictórico que se pone en relación con las imágenes en movimiento del vídeo “Infinite Showroom”, que complementa la idea de fuerzas dinámicas que, como indica Christian Villamide, “desestructuran, aglutinan y estructuran nuestras existencias desde nuestro entorno a todo el universo”.

En otras obras –“Underground” y “Overground”– el artista hace un guiño a los “Ready Made” de Duchamp al crear una relación dual entre el material natural (fragmento vegetal) y el artificial transformado (espiral metálica y batidora manual). Construcciones que ponen en cuestión la alteración que el hombre ejerce sobre el planeta, creando híbridos no exentos de una cierta inquietud y, al mismo tiempo, de una seductora belleza. Christian no obviando las dosis de esteticismo de estas obras cuida la iluminación y los más mínimos detalles de las mismas en sus montajes.

La obra más activa desde un punto de vista social es “Dona e máquina I” y “Dona e máquina II”. Una visión feminista planteada desde una óptica masculina que incide en aspectos intrínsecos y tópicos tradicionales aplicados a la mujer: reproducción, trabajo, sexo, esposa, amante y destinataria del acoso machista.

Unos conceptos que Christian representa en un díptico de gran formato, a través del cuerpo femenino y su relación con los objetos protagonistas del proyecto Showroom, pieza elíptica de metal y batidora manual. Un alegato al determinismo de la concepción masculina-femenina, al azar que supone ese milagro de la creación y su extrapolación hacia la inmensidad del universo.

Un proyecto conceptualmente denso, reflexivo y sugerente que se resuelve plásticamente con la elegancia, diversidad de canales y contundencia con la que Christian Villamide nos tiene acostumbrados desde hace dos décadas.

 

                                                                   Antonio Garrido Moreno

 

 

 

 

 

 

O COMENZO INFINITO DE CHRISTIAN VILLAMIDE

Xavier Seoane

 

Texto para el catálogo “HUMEDADES” de Christian Villamide en la Galería Clerigos en 1992

I

Na obra de Christian Villamide hai una epifanía de xénese.

Tocado do misterio da materia, indágao cuha mirada por un orixinario deslumbramento.

Non é gratuito, pois, que a propia presencia de palabras surxa, decisiva, nos seus cadros, porque no inicio a palabra foi fundamento, creación, enigma, Verbo.

Tampouco é simple azar que palabras como “sonido, forma, gusto, olor, tacto” aparezan transcritas conceptualmente, pois a través dos sentidos é como a intelixencia e a sensibilidade do home conectan co mundo, entregándose a el en fusión cósmica e tensión perceptiva e de coñecemento.

II

Con razón, ao contemplar as súas obras, veñen á mente do espectador imaxes, pensamentos e sensacións nas que tanto pode receber un latexo presocrático como entregarse á suxestión misteriosa dunha pedra traballada por séculos e séculos de evolución natural.

III

O polifónico repertorio de texturas logradas con técnicas mixtas en variadas

Tocar a entraña rugosa, expresiva e enigmática da materia ou soñar a inmensidade do espacio ou a ilímite sensación da eternidade son tamén posibilidades que se abren a unha contemplación sensibilizada.

realizacións expresivas e temáticas, concertan un ámbito no que se presinten as leis da natureza na súa misteriosa complexidade, a música do mundo, a gravitación dun sentimento “físico” do real.

Toda unha orografía do micro e o macrocosmos, un territorio Fósilmente imaxinario no que a mineralización se harmoniza coa luz en perpetua variabilidade, e no que o orden se defronta co caos.

Todo o Horizonte din subconsciente remoto, o alentar dunha memoria mineral, o soño dun pasado en retorno incesante.

IV

Villamide está fascinado polo cosmos, recebeu o impacto do chamamento nerudiano de “a las tierras sin nombres y sin números e, home do século XX, reintegroulle o bautismo iniciatico das palabras e o misterio dun numérico abraio.

Trouxo, así, ao corazón dunha cultura abstracta, urbana e mediática, moitas veces ensimesmada e perversamente alonxada do medio en que o home se ten desenvolto de seito secular, a testemuña mineral dunha pedra, o aleatorio grafismo dunha veta ou a fraxilidade dunha pluma de ave, para seguir fecundando a nosa sensibilidade coa presencia dun sentemento cosmogónico, xeolóxico e natural.

V

Nesta última etapa, o atista realizou unha drástica reducción de barroquismos, procurando unha maior pureza,unha mirada que fuxe do narrativo e potencia a esencialidade.

Unha clara vontade espiritual e contemplativa abrolla nesa actitude de perscrutación matérica e ontolóxica que guía actualmente a súa mirada.

Coa bagaxe artística de hoxe, e operando con diversos rexistros plásticos, segundo as necesidades do seu itinerario, o artista entrégase unhas veces aos fastos emocionais do expresionismo, e outras á emblemática contundencia de actitudes que producen do conceptual ou dun certo minimalismo.

Introducindo recursos como o colaxe cando a peza o require, resgatando pedras pola “iluminacion” poética que lle transmiten ou botando man do texto, das estructuras de variación serial, da fotografía… de todo canto concite, en definitiva, un “acontecemento” dentro da “maxia cotidiana” que preconizaba e que tanto parece atraer a Villamide.

VI

Dentro dese intento de chegar ás fontes do orixinario, tampouco deixa de adentrarse no territorio fecundado dos signos e dos símbolos.

A idea da fecundación como expresión do fértil. O sentido sacral da acotación. O simbolismo xerador da vulva e o sementador do volcán. A alegoría fertilizante e anagadora-renovadora, catártica-do diluvio. O círculo como totalidade e retorno. A cruz. A flecha. Ata esa demiúrxica letra “A” que, como un alfa, apunta todas as oberturas, todas as posibilidades creadoras e interpretativas do aberto ou do borgeanamente posible ou imposible.

 

VII

Christian Villamide procura situarse no eixo da conciencia do seu tempo porque non renuncia a estar tamén no tempo sen limites do retorno, que é tamén o do futuro, o do soño, o da memoria e o do infinito.

Se detrás da mirada hai sempre unha razón, nel entre outras, están a sede indagatoria, o soño de eternidade, a presencia do home.

Porque o coñecimento é, se cadra, a pedra primordial que o home procura, o enigmático alfa auroral, o omega proxectivo dos seus soños e mitos.

VIII

Por qué é o ente e non a nada, preguntábase Heidegger, defrontando cun xaque mate radical as nosas posibilidades reflexivas.

¿Por qué nos inquietan tanto, nun camiño, nunha praia, unhas pedras traballadas polo tempo e o azar? ¿Por qué nun gran de area, nunha folla, sentimos a razón e o pulo do cosmos e da vida?

IX

Co mesmo misterio con que, na caverna, pintaban os homes de antiguidade, gravaban na area certos povos primitivos ou insculpían na rocha os misterioros mentores dos petroglifos, Christian Villamide intenta crear unha cartografía de mensaxes e de achádegos que son como as pautas dun misterioso camiño.

Rescata, así, visións, soños, presencias dunha cósmica deriva. Perscruta na inmensidade. Cava na materia. Nada na eternidade. Bucea no límite.

X

No meu fin está o meu comenzo, dicía Eliot. Nun inicio incesante, efémero e eterno como a vida.

                                                                                                                                                                                       Xavier Seoane

 

 

 

 

 

Christian Villamide: paisajes incógnitos.

Antonio Garrido

 

Texto realizado para el catálogo “Paisajes incógnitos” de Christian Villamide

 

“Los propios ciclos vitales de la naturaleza en la alternancia de vida y condición de trance muerte son las tareas de la experiencia artística que sólo puede comprenderse desde su” (Soledad Sevilla).

La obra de Christian Villamide se ha ido gestando paralelamente a las evocaciones que los materiales encontrados de uso cotidiano y de desecho han servido para establecer relaciones con la naturaleza. Desde sus primeras series “Ab Initio” y “Volcán-Vulva, Vulva-Volcán”, de los primeros años noventa, encontramos alusiones a la naturaleza como una maquinaria reproductiva que repite incansablemente el ciclo: vida-amor-muerte. En estas primeras obras de carácter pictórico, el artista dejaba presente su seducción por la utilización de nuevos materiales, en muchos casos transformados por el hombre y que hacían de contrapunto en una relación natural-artificial de interesantes y novedosos planteamientos conceptuales. La necesidad de romper la bidimensionalidad del soporte para establecer delicadas complicidades con el espacio y la luz, fue adentrando poco a poco a Christian en el ámbito de las instalaciones y de la búsqueda de nuevas soluciones expresivas, sin dejar de lado el contenido conceptual que su obra siempre ha tenido entre la naturaleza y la creatividad.La residencia del artista en las islas Canarias a principios de esta última década, incrementa su personalidad de artista sincrético y evocador del espacio natural a través del variado y telúrico paisaje canario. No es extraño que se sintiera seducido por el medio en que otros artistas como César Manrique, Toni Gallardo, Miguel Ángel Blanco,  también han sido influidos. Para Christian Villamide se abre el horizonte explorado por artistas como Adolfo Schloser, Soledad Sevilla o Nacho Criado entre otros, y abre nuevos caminos dentro de la senda que relaciona al artista con la naturaleza. No hay que olvidar que Galicia es un buen nutriente para este tipo de creadores, entre los que se podrían citar a Pamen Pereira, María Xosé Díaz, Barbi o Emilia Salgueiro, entre otros.

Christian se abre a nuevos lenguajes plásticos que le aportan una mayor capacidad expresiva y la posibilidad de mostrar mejor las inquietudes que le sugiere el ambiente natural que poco a poco descubre al conocer el nuevo medio geográfico. Fruto de ello surgirán trabajos fotográficos en los que representa el impacto personal que le producen determinados fragmentos del ecosistema insular. La serie de cinco fotografías “Realismo paradógico”, puede mostrarse como testimonio de la fascinación que el propio artista no se resiste a representar mediante la imagen y la palabra: “Paisaje en el cual los restos de lo que fue la naturaleza se alzan como huesos blanquecinos realizando imploraciones y extendiendo sus súplicas al universo”. El dibujo que las ramas secas de los arbustos describen recortándose sobre el azul del horizonte, es un elemento plástico seductor y evocador, que el artista utilizará también en algunas de sus instalaciones –Transportables y asépticos, XXVII. (2002) –, en las que alambres convenientemente manipulados evocan al elemento natural vegetal, capaces de activar el espacio y la luz. También en un aspecto más íntimo e irónico, sigue sirviéndose de la evocación para crear, con altas dosis de intencionada artesanía, sus “Cuadernos de campo”, donde las páginas de papel recortado de sus blocks de trabajo se convierten en hojas de vegetales o fragmentos de un paisaje, o como en “Dunas”, un exquisito planteamiento de papiroflexia en el que la sugerencia es sutil y delicada. La técnica y la naturaleza se fusionan, en un fantástico sincretismo, con las ideas que surgen de un proyecto conceptual que es permanentemente evocado por el artista en una interesante creación de ecosistemas híbridos.

Una mirada crítica por la destrucción de la naturaleza se deja sentir en obras como “Naturaleza discapacitada”, en la que el artista trata de reconstruir lo destruido creando una nueva forma vegetal uniendo los fragmentos del desastre con herramientas de carpintería. Obras como esta demuestran que no estamos ante un artista insensible, sino con un hombre comprometido con los problemas de su tiempo y que trata, a veces, de sacarlos a la luz de la mejor manera con la que sabe expresarse. Un compromiso y una denuncia que surgen en obras como “Batallas en cinco actos” o “Batalla en Bagdag”, donde la intolerancia y las más primitivas acciones del hombre son transcritas por el artista de una manera irónica y directa.

Fiel representante del tiempo que le toca vivir, Christian Villamide no duda en abarcar todos los lenguajes plásticos y acciones que le permiten ir avanzando en su proyecto. La intervención directa sobre el paisaje como acción la realiza en “La sombra de la duda”, un planteamiento Land Art realizado con motivo del aniversario de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria y que guarda una cierta relación con las acciones generadas en el proyecto “Jardines de Lausanne”, promovido desde 1997 en la ciudad suiza, y donde artistas de todo el mundo intervienen el medio natural. También es importante su capacidad de observación para encontrar relaciones entre los objetos naturales y la psique humana de donde surgen obras que poseen una clara alusión al ciclo vital –vida, amor y muerte–, como ocurre en “Mineral, Animal, Vegetal”, “De corazones” o “Arqueologías irreverentes”, en los que nuevamente su ciclo artístico entronca con sus orígenes pictóricos de principios de los años noventa. Christian Villamide hace solo un año que ha regresado a Galicia y ha llegado enriquecido con el bagaje de una obra plástica sincera, importante y llena de matices, que ahora muestra a través de un conjunto de trabajos unidos por el sugerente epígrafe de “Paisajes incógnitos”.

 

Antonio Garrido Moreno

Universidad de Santiago de Compostela

 

 

 

 

 

La transformación de la materia. Mª Xose Santiso

 Texto de Mª Xose Santiso, para el catálogo SHOWROOM de Christian villamide

 

 

 

         El término SHOWROOM, título de esta exposición, podría definirse como el lugar donde algo es mostrado, donde puede desarrollarse una acción. Concretamente aquí el autor pretende aludir al lugar de donde surge todo, un lugar en el que se producen  cambios en la materia, que se expande y aglutina, sin límites, el Universo.

         Dos objetos de cocina cotidianos, accesorios de batir, son utilizados como metáforas de las fuerzas que generan el caos del que surge el orden y se convierten, con su presencia en todas las obras, en el hilo conductor de la exposición, utilizados con distintas connotaciones, bien mediante representaciones más o menos reconocibles como en la serie “Showroom”, o siendo parte integrante de las obras a través de su imagen o físicamente.

         Como no podía ser de otro modo, en este trabajo encontramos, además, dos de las constantes en la trayectoria de Christian Villamide: el ser humano y su entorno natural.

         En el video titulado “Infinite showroom” Christian, recrea las fuerzas  naturales que crean y continuamente construyen y  destruyen, jugando a ser un demiurgo, mientras que en “Underground” y “Overground”, transmite su preocupación por el entorno y el medio ambiente sirviéndose para ello de formas naturales que mutan, representando la degradación a la que el ser humano está sometiendo al planeta tanto con la extracción de los recursos y la manipulación-alteración que se produce bajo tierra y en superficie.

         Las obras “Dona e máquina I” Y “Dona e máquina II” me traen a la memoria “el origen del mundo” en la que Courbet representa a la mujer en su “función” de productora de vida, con el sexo “abierto” hacia el espectador. Villamide quiere simbolizar con ellas el ciclo vital, recurriendo de nuevo a la idea de la constante transformación, de la vida, de la muerte...

         Esos objetos de cocina mencionados antes, sacados de su contexto habitual, sirven en estas mismas obras para ironizar sobre el papel asignado históricamente a la mujer, más específicamente a la esposa en la sociedad. Ese papel como pieza fundamental en la organización del hogar al servicio del otro sexo.

        Buscando un paralelismo en el pasado reciente, en el año 1975, encontramos obras reivindicativas en este mismo sentido en artistas, sobre todo mujeres, como Carolee Scheneemann que, en su obra “interior scroll”, leía ante el público un texto escrito sobre un rollo que iba extrayendo de su vagina o, con idéntico cariz feminista, Martha Rosler, con su obra Semiotics of the kitchen, utilizaba también instrumentos de cocina a los que confería  un aspecto amenazante.

La obra que Villamide nos presenta se mueve fundamentalmente en el terreno de la evocación, Christian nos habla de la repercusión de los cambios que se producen en el entorno, prestando atención a las transformaciones a gran escala que se producen de forma continua en el universo pero sin restar importancia a una simple acción cotidiana. Para ello utiliza un simple instrumento de batir como vehículo, implicando al espectador e introduciéndole en ese ilimitado escenario de su “infinite showroom”.

 

                                                                                                                                                                                       Mª Xosé Santiso

 

 

 

 

 

Christian Villamide:  La naturaleza  como espacio indagatorio

Escrito por Carmen Chacón

 

(Texto escrito por Carmen Chacón con motivo de la exposición Vacio y Plenitud de Christian Villamide en la Galería Clerigos de Lugo en septiembre de 2010)

 

 

 

     Christian  Villamide es de esa clase de personas que cultiva la calidez y la ternura, lo que lógicamente en nuestros días no es un valor en alza. Más, teniendo en cuenta su trabajo y su persona, se antoja que son imprescindibles para adentrarnos un espíritu inquieto, totalmente inmerso en la época que le ha tocado vivir y por consecuencia en su obra.

     Le gusta  moverse entre el desafío de lo natural y de lo artificial, y es en esos límites donde se adentra y crea; nada es frío, tampoco demasiado cálido. Nos provoca, nos introduce en la tortuosa calle de la duda, o de lo reconocible, y quizá sea esto lo que más nos puede llegar a mover, lo que nos acerca a sus reflexiones acabando por hacerlas nuestras.

     Entre la naturaleza como artificio, lo puro o lo contaminado de nuestra sociedad, avanzamos por un territorio inmersos en su lenguaje íntimo, el cual nos permite descubrir su crítica social cambiante, que deja atrás sin miramientos cualquier cosa que no responda a la inmediatez o a la satisfacción de la mayoría. Es aquí, donde encontramos su personalidad creadora, su obra, y eso en definitiva nos lleva otra vez al comienzo, a su calidez, a su ternura a su talento, a su mirada.

     Christian Villamide es un artista que cree en la evolución en el amplio sentido de la palabra, pero evidentemente no a costa de todo, y cualquiera que lo siga encontrará en esto la coherencia de su trabajo, expandiéndose e investigando, bebiendo de las fuentes, introduciéndose en los caminos que sean necesarios.

     Podemos escondernos en sus Dunas, calentitos, entre papeles una vez que hayamos pasado por las Mutaciones, o dejar volar la vista dentro de una  transfiguración Paisajística después de reponernos de la Naturaleza Discapacitada, pero en cualquier caso saldremos zarandeados con las propuestas de tal modo que cuando abandonemos la sala, su reflexión se hará nuestra compañera y acaso nos hagamos la eterna pregunta de si realmente evolucionamos o solo crecemos hacia no se sabe donde…

     Con un amplio recorrido artístico, Christian Villamide está en esa carretera donde sopla el viento de la coherencia de la vida, junto a un grupo de artistas que apuestan por otro modo de ser, de vivir y de relacionarse, desde la honestidad, la falta de necesidad de aparentar y siendo conscientes de que, si bien no es fácil parar una rueda tan grande sobre la que nos movemos los seres humanos, hay otros caminos que no tienen tanto barro para transitar por ellos solo o en compañía.

                   

                                                                                                                                                                                         Carmen Chacón

 

 

 

 

 

 

EL EXCESO DE COYUNTURALIDAD…

Por Xosé Antón Castro

 

(Texto escrito por Xosé Antón Castro para el catálogo de Christian Villamide VOLCÁN VULVA- VULVA VOLCÁN en 1995)

 

     El exceso de coyunturalidad que ha marcado el arte español desde 1980, exceso volcado al frenesí de la homologación internacional, no ha hecho más que pasar factura a las pías imágenes puntuales que se han impuesto desde aquí. Y es el mismo exceso el que ha trastocado una indagación más profunda en los lenguajes que nos son legítimos, en los lenguajes que reivindicamos en los primeros 80 como propios y que, de pronto, ante la avalancha neoduchapiana, hemos convertido en lastre histórico.

     Todo ello convierte la pintura en un acto heroico y al pintor en el mejor intérprete de las tempestades que impone la conciencia coyuntural frente a la legitimidad histórica, ¿Por qué los mejores discípulos de Beuys siguen siendo pintores? O ¿por qué G. Richer tacha de idiota a aquél crítico que le dice: “usted es un pintor conceptual”?. En realidad toda la pintura es conceptual y, en una atmósfera definida por esa nomenclatura, las malas interpretaciones no han hecho más que adscribir sus objetivos a la fábrica del “ready made”. ¿A propósito de qué? En defensa de la pintura y en defensa de las ideas de proyecto, las únicas que pueden aportar credibilidad al artista en un momento de caos y de atomización catastrófica del sujeto frente al objeto.

      Christian Villamide podría ser un modelo que pone de manifiesto esa credibilidad, un ejemplo de la salud o de las posibilidades que tiene la pintura cono argumento para ver los riesgos y la capacidad experimental del arte cuando lo convertimos in un instrumento válido para explicar, de manera diferente, la vida o cualquier obsesión personal. Seguir su andadura en los últimos ocho años significa transversalizar esas ideas más allá de lo narrativo. Villamide concibe la pintura como un sistema-nada pleynetiano, por cierto-escritural en el que se conjugan metáfora y símbolo, densidad y estructura formal, contenido e imagen. Sometido, sin embargo, ese procedimiento antinómico al ejercicio experimental del tiempo y de la reflexión, a la peculiar catarsis que le permite ubicarse en el filo rudimentario de los orígenes de la pintura, en Altamira, compensada con la herencia de Tapies y la original reutilización cartográfica del matierismo de herencia informalista. Mas el resultado incita a la novedad del proyecto y ante las diferentes series es un pintor que organiza ese ideal lingüístico en función de asociaciones temáticas que le interesan en cada momento, lo que entrevemos como pretexto adquiere carta de naturaleza. Y de ahí surge el juego dialéctico entre el dilema presentado, acudiendo al fetiche metafórico, a la insinuación, a la alegoría, y el espectro formal que magnetiza la pintura como densidad de lo tejido que nos permite viajar a un espacio continuamente transgredido. Pintura como suceso imaginado en el fondo de las insinuaciones formales o en el de las experiencias, para acercarnos a las posibilidades iluminadas del gratagge, a lo escritural de las texturas, al fondo como cartografía rugosa de las antiguas miniaturas empastadas y rotas por el tiempo.

     Acercarse a las series que definen lo mejor de su trabajo desde la segunda mitad de los 80, nos permite también hacer un seguimiento del pretexto como emblema experimental. Desde los problemas que planteaba en series como “Fecundaciones” y Fecundadores” (1987), su posición ante la pintura asumía el hilo experimental del tejido que entreveríamos ya en el futuro. Entonces los leves signos intuidos de cualquier radiografía aparecían macrotizando su conversión en densidad siluetada y los ovarios, úteros, trompas o espermatozoides imaginados no eran más que alusiones directas al rigor emblemático del gesto controlado, de la pintura o de su propia arquitectura espacial. Algo que corrobora más tarde, en series sucesivas, como las que definen su mejor producción del 89 las series dedicadas a las “transmisiones” o a las “construcciones silenciosas”, por ejemplo, donde la pintura como espacio empírico adopta una dimensión geográfica, de topos secuencial, válido para escenificar imaginaciones cartográficas y rugosidades construidas por la geometría y por la historia.

     Construcciones que incorporan igualmente el mito y el texto. El mito como alusión y, de nuevo, signo “Sensaciones griálicas”, de 1992 sobre un espacio simbólico y fronterizo que acoge los textos latinos y permite pasar de la sensación barroca al espacio topográfico de las rugosidades, diseccionando como paisaje. Paisaje y arquitectura en ideograma que puede incorporar el tema locuaz de una planta de iglesia romántica, un fragmento poderoso de material empastado o la posibilidad del volumen como estigma y tiempo. Evocación que, en las obras más recientes abogan por un refinamiento texturizado que casa la posibilidad histórica- No puedo dejar de pensar en un Arquimboldo transgredido por la quiromancía del grattage diluido en los poros espaciales con la sensualidad poética de lo imposible. Arquitecturizar de manera pictórica la pasión ritual del volcán como vulva no deja de ser un deseo tan fértil como lo es la pasión por imaginar un espacio de rigor para un cuadro concebido como objeto de sensaciones ya no visuales, sino táctiles y hasta corporales.

     Más allá de la pintura, el trabajo de Villamide aporta un mecanismo de reflexión para ubicarnos en el espacio específico de nuestro tiempo. Mas un tiempo entrevisto como espectáculo enigmático de todas las obsesiones posibles, oponiendo, sin duda, un ritmo cálido, a la frialdad congelada del objeto concebido con los límites diarios, es decir, con los del “zeitgeist” en vigor.

                                                                                                                                                                                                    Antón Castro

 

 

 

 

 

VULVA-VULVA VOLCÁN VOLCÁN. Antonio Garrido

(Texto escrito por Antonio Garrido para el catálogo de Christian Villamide VOLCÁN VULVA- VULVA VOLCÁN en 1995)

 

 

     Muchos milenios de signos avalan nuestra presencia, muchos millones de imágenes nos asaltan incontroladamente día a día. Pasivamente asumimos esa injerencia que de una forma subliminar va asentándose en rincones ignotos de muestra memoria. Imágenes que encierran códigos que a lo largo del espacio y del tiempo esperan que un demiurgo les extraiga un significado que las haga comprensibles, o simplemente les dé un nuevo sentido.

     Es cada vez menos corriente encontrar en estos tiempos que vivimos intérpretes de signos. Historiadores, filósofos, artistas, sonadores de un pasado que cada vez parece importar menos en sacrificio sublime de la depredadora técnica. Christian Villamide es un demiurgo en la interpretación codificada de las imágenes que forman nuestra existencia. En su afán de transcripción, consciente va generando nuevos signos, sus signos. Sus intervenciones en el tiempo van creando imágenes esqueuomorfas, imágenes que toman un nuevo sentido en nosotros. No es necesario conocer cuáles fueron los orígenes de esas imágenes pues a Christian Villamide solo le interesa el resultado de esa interpretación.

     Así se explican esos edificios del pasado filtrados por su imaginación, miniaturas amplificadas que pierden su carácter original al aumentar su formato, letras escritas sin código aparente y plumas de aves que acarician la áspera superficie verde, donde un proceso germinal es descrito en forma de secuencia.

     Restos de fósiles mineralizados nos enlazan con esa trama argumental que brota del mismo seno de la tierra, se convierte en fecundador de toda la narración poético-visual.

Volcán. Triangulo tectónico siempre erecto.    

Vulva. Pubis triangular con vértice en descenso.

Vulva. Madre receptiva, continuadora de un futuro.

Volcán. Semilla necesaria, padre nuestro.

     Y un universo surge: Sugestivos Frutos en off-set subtitulados en latín, candelabros de siete brazos deshilachados. Volcanes con coronas de espinas, volcanes enjaulados, Úteros fértiles en un jardín de frutas…

     Todo ese mundo de interpretaciones, Christian Villamide, lo transcribe con representaciones realizadas en técnicas. (Una nueva imagen requiere un nuevo tratamiento). Pigmentos, acrílicos, lienzos, papel hecho a mano, pasta de papel, materiales orgánicos, minerales, tinta, betún, estaño, arena… Pero esas técnicas son aplicadas racionalmente a los temas, ya que técnica y concepto están unidos por el sentido unificador de la estética. Importa la violencia del mensaje. Interesa el flash visual que provoque al espectador. Obliga mediante los recursos táctiles a que la mirada quede prendida en la superficie de la obra. Se exige un diálogo. Ese diálogo necesario para que la comunicación se establezca. Seduce por su cromatismo, por su dualidad masculina-femenina, por el hechizo de la materia que vibra con la luz, y por las texturas vinculadas a orografías teñidas de brillo y color. El signo es arropado por ese sabio contexto matérico aplicado con sutil sensibilidad. Las composiciones gozan de ese equilibrio de tensión y armonía que mantienen en toda la superficie. Lo superfluo no existe, y de esa manera el lenguaje plástico llega con toda intensidad a los sentidos.

     Christian Villamide nos presenta su propuesta interpretativa, su intervención dual en el tiempo donde el equilibrio y la mesura se manifiestan ya desde el epígrafe Volcán Vulva- Vulva Volcán      

                                                                                        

                                                                       Antonio Garrido

                                                                       Universidad de Santiago de Compostela

bottom of page